¿SOLIDARIDAD O EGOÍSMO?
En estos momentos de crisis y de alarma colectiva, realmente debemos preguntarnos si prevalece la solidaridad o el egoísmo. En estos días, nuestro mundo se paraliza por una enfermedad que, aquí en España y a día de hoy, apenas ha producido 150 muertes y poco más de 6.000 infectados (cifras que por desgracia nunca deja de ser trágicas). Números que, a pesar de todo, no puedo evitar comparar con las cifras dejadas por la gripe (la temporada 2018-2019 dejó 535.300 infectados y 6.300 fallecidos) y que, año tras año, pasan desapercibidas para la población general. En este momento uno es consciente del poco valor que se le da a la vida de los demás.

La población está “saqueando” los supermercados como si se nos viniera encima el fin del mundo. Nos sacan de nuestra zona de confort y nos volvemos locos. Llaman al tabaco producto de primera necesidad y, sin embargo, es uno de los mayores causantes de enfermedades mortales en nuestra sociedad. Las redes sociales, la prensa, las conversaciones entre la gente, … ya no oyes hablar de otra tema. Nos obligan a anular actividades y a cerrar establecimientos, pero las grandes superficies pueden permanecer abiertas con marabuntas de gente agolpándose en las puertas a la hora de abrir y peleándose a codazos por el género. Equipan a nuestra policía con una simple mascarilla barata, unos guantes de usar y tirar y un par de toallitas húmedas de restaurante.
Quiero hacer un llamamiento para que reflexionemos

Inicialmente, mi intención no era ni mucho menos escribir sobre este asunto, pero viendo el rumbo que están tomando las cosas, quiero con este artículo, hacer un llamamiento para que reflexionemos un poquito. No pretendo ni mucho menos quitarle importancia al coronavirus ni menospreciar las medidas preventivas que se están tomando. Simplemente quiero que el día de mañana no desaparezca esta oleada de comprensión y solidaridad que ahora nos invade y que seamos capaces de pensar un poquito por lo que están pasando los demás y aportar un poco de ayuda y empatía.
Por desgracia, todo cobra importancia hasta que pasa la crisis. Los que ahora corren a llenar los carros de comida, después lanzarán de nuevo al contenedor kilos de alimentos por estar a punto de caducar. O tirarán las sobras a la basura porque están saciados. Los que hoy piden a gritos solidaridad en las redes sociales, mañana volverán a arremeter contra los inmigrantes. Sí, contra esos que huyen de guerras y hambrunas y que lo único que buscan es una vida un poquito más segura. O mirarán al otro lado cuando se suban a un autobús y un anciano requiera un asiento. Así es nuestra sociedad y así seguirá siendo.

Los que han viajado mucho, y, sobre todo, los que se han molestado un poco en conocer la realidad de muchísimos países tercermundistas, se darán cuenta de lo ridículo de esta situación. De que nos quejamos por nada. Y de que no sabemos lo que es intentar sobrevivir. De que no tenemos ni idea de lo que es la carencia. De que no sabemos apreciar cuán afortunados somos.
Una historia real
«¡Hola! ¡Hola! Venid aquí a resguardaros del sol». De esta manera iniciamos una conversación con una señora mayor en Negombo, Sri Lanka. Mi marido y yo caminábamos por una zona residencial sin mucho atractivo turístico. «Me encanta vuestra sonrisa. Es auténtica. Muchos turistas vienen a nuestro país y no sonríen». La amable señora insistió en que no debíamos caminar bajo el sol abrasante del mediodía y que nos resguardáramos en su casa tomando un té. Por no parecer descorteses, aceptamos.

Entramos en su humilde casa, un cubículo de no más de 6 m2 que hacía la vez de dormitorio, cocina, comedor y sala de estar. Allí vivía ella con su hijo adoptivo de 13 años. Nos contó que el tsunami de 2004 se lo había arrebatado todo: su marido, su casa, su trabajo, … Durante la catástrofe consiguió salvar a un bebé. Lo llevó a un hospital y cuando después se enteró que aquel bebé había quedado huérfano, lo adoptó. «Esta es ahora mi mamá» decía el niño presente abrazando a la mujer. Mientras nos contaba la historia, la señora nos preparaba un té e insistía en prepararnos algo de comer. Después de estar un buen rato en su compañía, proseguimos nuestro camino con el alma encogida por la terrible historia, pero contagiados por la felicidad y la gratitud que desprendía esa familia.
Aprendamos de los que menos tienen
Lo que en un principio parece una historia sacada de un cuento, no es más que es un hecho real que me pasó hace unos años en uno de mis viajes. Y es, mientras vivo estas experiencias, cuando vuelvo a poner los pies en la tierra y soy consciente de que, por muy grandes que parezcan mis problemas, no son nada en comparación con los problemas de millones de personas invisibles a los ojos de nuestra sociedad.

Si quieres tú también puedes hacerlo, de forma puntual o periódica. Entra aquí e infórmate.
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